En la hora agonizante, de un crepúsculo violeta, va marchando una carreta por el camino adelante. Cruza un pájaro agorero sobre los campos silentes y una canción, entre dientes, va entonando el carretero. En sus nidales de esparto se ponen las aves presas y en la hora agonizante, relucen como turquesas los ojos de los lagartos. Tras la carreta una moza, marcha mientras que solloza, por el camino adelante. Dejame subir al carro, carretero. Dejame subir al carro que me muero. Mira que voy muy cansada, que hace mucho que camino, mira que marcho sin tino, desde que fue la alborada. He recorrido senderos, he echado por el atajo, monte arriba, monte abajo, sin pedir a los carreros. Un descanso en los apriscos, sin implorar con mis quejas, la leche de sus ovejas hiriéndome entre los riscos, bebiendo en las cristalinas, aguas de los manantiales, me han clavado los zarzales sus espinas, sus espinas. Carretero, oye mis quejas, caigo en tierra y me levanto, pronto no podré hacer tanto, si en el camino me dejas. Carretero de Avilés, me han herido los zarzales, los mastines y riscales, llevo sangrando los pies. Toda manchada de barro, de mis fuerzas nada espero. Dejame subir al carro, carretero, que me muero. Cae la moza, se levanta, y otra vez vuelve a caer, empieza el cielo a llover mientras la noche adelanta, la moza grita y se inquieta, el carretero no escucha, porque ya entre el barro lucha y esta lejos la carreta. Cae la moza sollozante, sin poderse levantar, va el carro en su caminar por el camino adelante. Y la moza en el sendero llora caída en el barro. Dejame subir al carro, carretero. Dejame subir al carro, que me muero.